¿Qué función
cumple la argumentación en la metodología de la investigación en ciencias
sociales?
What role does
argumentation play in the methodology of social science research?
Fernando Leal Carretero (*)
Resumen:
Este artículo defiende la tesis de
que la teoría de la argumentación puede contribuir a la metodología de la
investigación y viceversa, a pesar de que el discurso metodológico usual se
encuentra completamente separado de los estudios sobre argumentación
contemporáneos. Para sustentar esta tesis, se argumenta que un informe de
investigación bien escrito presenta una serie de argumentaciones para
justificar la pregunta de investigación, la hipótesis de trabajo, las hipótesis
alternativas o rivales a la de trabajo y el procedimiento que se pretende
seguir o que se ha seguido para poner a prueba las hipótesis. Este argumento se
desarrolla en detalle al hilo de un artículo reciente en el que se plantea una
pregunta de ciencia política concerniente a la aplicabilidad al régimen de Singapur
del modelo del votante mediano.
Palabras clave: argumentación;
metodología; pregunta de investigación; hipótesis; diseño de prueba
Abstract:
The paper defends the thesis that
argumentation theory can contribute to research methodology and the other way
around, in spite of the fact that current methodological discourse is
completely separated from contemporary argumentation studies. In support of
this thesis it is argued that a well-written research report delivers a series
of arguments purporting to justify the research question, the working
hypothesis, any other hypotheses alternative to the working hypothesis and the
procedure the author intends to follow or has actually followed in order to
test the hypotheses. This argument is developed in detail by means of a
relatively recent paper in which a question in political science is asked about
the applicability of the median voter model to the state of Singapore.
Keywords: argumentation; research
methodology; research question; hypothesis; test design
La tesis que defiendo en este
ensayo es que la metodología de la investigación tiene mucho que aprender de la
teoría de la argumentación. Para probar tal tesis, mostraré en lo que sigue que
todo informe de investigación consiste de muchos argumentos que se engarzan
unos con otros para conformar juntos una larga argumentación.1
Todos los lectores de esta revista
tienen una idea más o menos clara de qué es la metodología de la investigación
y cuáles son los asuntos que trata. Podrá haber desacuerdos y hasta polémicas
en torno a cuestiones particulares; podrá incluso haber quien deseche de plano
la relevancia de tal disciplina, alegando que no es posible enseñar a
investigar; pero ninguna persona que se ocupe de ciencias sociales negará que
la familia de términos a la que pertenecen teoría, marco teórico, modelo,
hipótesis, técnica de investigación y otros de ese tipo forma parte del
discurso metodológico, sea que aprobemos ese discurso, que lo rechacemos o que
tengamos una cierta indiferencia escéptica frente a él.
En cambio, pocos lectores de esta
revista sabrán que, de un tiempo acá, ha surgido un extenso campo
interdisciplinario dedicado a la argumentación, uno de cuyos propósitos es
formular una teoría de esta actividad comunicativa humana. Lo que sí conocerán
todos, con mayor o menor precisión, es otra familia de términos como argumento,
argumentación, premisa, conclusión, falacia y otros similares, los cuales son
propios de esta teoría y aquel campo. Tampoco creo errar demasiado al suponer
que todos los lectores aceptarán que la segunda familia de términos que he
citado brilla por su ausencia en el discurso metodológico.2
Lo que propongo entonces es que
conviene incorporar a la metodología los términos de la segunda familia,
propios de la teoría de la argumentación, pero hasta ahora ajenos al discurso
metodológico. Es más: creo que solamente incorporándolos podemos hacer de la
metodología una disciplina realmente relevante de cara al objetivo de formar
investigadores nuevos y consolidar a los menos nuevos. Veremos de paso que al
hacer esta incorporación se obtiene un beneficio recíproco, ya que la
metodología a su vez puede enseñar a la teoría de la argumentación los puntos
en que debe fijarse a la hora de identificar, analizar y evaluar los argumentos
contenidos en los informes de investigación.
1. Algunas aclaraciones previas
Antes de continuar, es importante
hacer algunas aclaraciones. En primer lugar, hay que decir que la argumentación
está presente en muchos dominios de la comunicación humana, de los cuales el
dominio académico es sólo uno y de lejos no el que ocupa más la atención
pública (Van Eemeren, 2015, §7). A su vez, dentro del dominio académico hay
distintas zonas, de las cuales la investigación es sólo una; a su vez, dentro
de la investigación se producen textos de diverso género (ver más adelante), y
los informes de investigación son sólo uno de esos géneros. Por lo tanto, el
área que pretendo cubrir en este ensayo es muy circunscrita. Con todo, estoy
convencido que la mayoría de los lectores de esta revista tiene un interés
especial por esta área.
En segundo lugar, conviene decir
que los informes de investigación pueden contener pasajes no argumentativos,
cuya función es más bien describir y narrar. Sin embargo, el propósito
fundamental de todo informe de investigación es argumentativo. Ello implica que
todos los pasajes no argumentativos están, o deberían estar, al servicio de la
argumentación. Incluso los cuadros, gráficos, diagramas, figuras y mapas que a
veces acompañan al texto tienen sentido en último término solamente en relación
con alguna tesis que el autor quiere probar, y eso significa en relación con
alguna argumentación.
En tercer lugar, puede ser que el
término informe de investigación no sea del todo claro. Este término se refiere
tanto a textos publicados como a textos que no han sido publicados, sino
solamente escritos para difusión interna dentro de un posgrado, centro,
instituto, cuerpo académico o red de investigadores. Los textos publicados, por
su parte, pueden ser relativamente cortos, desde notas de investigación
(digamos, entre mil y cuatro mil palabras) hasta libros enteros (de cien mil
palabras o más), pasando por artículos o capítulos de libros colectivos (entre
siete y quince mil palabras, dependiendo de las restricciones de cada revista o
libro). Los textos de difusión interna pueden ser tesis de grados, avances de
investigación, presentaciones en congresos y reportes a colegas, de longitudes
comparables a las que he usado antes para ejemplificar. Lo que distingue a todos
esos textos es el objetivo de presentar resultados -totales o parciales- de
investigación, y no simplemente exponer planes o programas, revisar estados de
la cuestión, evaluar los resultados obtenidos por otros investigadores, reseñar
textos de otros autores, introducir al tema a estudiantes o neófitos, o resumir
lo que otros han hecho. Esta distinción no es tan tajante como pudiera parecer,
ya que un informe de investigación puede incorporar, y a menudo incorpora,
todos o algunos de estos objetivos. Con todo, si solamente cumple con alguno de
ellos, pero no reporta resultados de una investigación del autor, entonces no
es un informe de investigación.
¿A quién se dirige un informe de
investigación? ¿A quién busca presentarle los hallazgos de una investigación,
terminada o en curso, que ha llevado o está llevando el autor del informe? Hay
tres públicos posibles. Uno es el formado por otros investigadores con el mismo
nivel de especialización del autor. Este es el caso prototípico. Otro está
formado por investigadores menos especializados en el campo, por ejemplo, otros
estudiantes del mismo posgrado. Y un tercer caso, muy interesante, es el del
público formado por investigadores más especializados, por ejemplo, cuando el
lector es un profesor que está enseñando al autor del informe cómo investigar.
En ese caso, el autor del informe debe mostrar ante sus tutores, supervisores,
directores, asesores o sinodales de manera explícita que domina el tema.3
Mi cuarta aclaración no es
terminológica, sino substantiva. Los lectores, sea que trabajen como
investigadores o que aspiren a formarse como tales en un programa de posgrado,
habrán seguramente tenido la experiencia de solicitar apoyo para una
investigación a su universidad, a una fundación privada, a una agencia
gubernamental, etc. Por lo mismo, sabrán lo que es recibir, de manos de un
funcionario o una secretaria, un documento muy curioso, en el cual se da una
lista de apartados, más o menos larga, más o menos inteligible, más o menos
sensata, acompañada de mayores o menores aclaraciones terminológicas, con cuya
ayuda podríamos, se espera, redactar un proyecto o anteproyecto de
investigación. Un ejemplo casi chusco de tales listas sería el siguiente:4
Antecedentes.
Marco teórico.
Planteamiento del problema.
Estado de la cuestión.
Objetivos.
Metas.
Propósitos.
Relevancia.
Factibilidad.
Beneficios esperados.
Hipótesis.
Metodología.
Cronograma.
Bibliografía.
Esta lista que acabo de compilar contiene
catorce apartados, ya que me he permitido incluir todos los que he visto alguna
vez enlistados; de allí que la llame chusca, pues en general el burócrata en
turno se compadece del solicitante y le propone una lista algo más corta. En
cuanto al orden de los ítems en la lista, da la impresión de que no es cien por
ciento predecible. El asunto es que el tamaño, confección y disposición de la
lista parece dejarse un poco al gusto, por no decir al capricho, del encargado
en turno.
No voy a abordar ahora la
quijotesca empresa de explicar lo que quieren decir estos rubros; mi
experiencia me indica que las interpretaciones que se dan son variadas y el
consenso prácticamente imposible. Por lo demás, no parece importar demasiado,
ya que muy pocas personas leen los documentos, debidamente llenados, que
presentan los solicitantes, al menos en su totalidad; lo cual se entiende, toda
vez que se trata de listas arbitrarias e incoherentes. Por las razones que
indicaré a continuación, la única lista de apartados de un proyecto que tendría
sentido sería la siguiente:
Pregunta de investigación.
Hipótesis de trabajo (e hipótesis alternativas).
Diseño de prueba.
Para que haya un proyecto de
investigación, debe haber una pregunta, puesto que el objetivo primordial de
una investigación es justamente responder a ella. Como nunca podemos estar
seguros de la respuesta a una pregunta de investigación, es que investigamos; y
lo que investigamos es justamente si tal o cual respuesta es correcta o al
menos es una buena aproximación a una respuesta correcta. Lo que hace la
investigación es poner a prueba una o varias respuestas que se le pueden dar a
la pregunta. A tales respuestas posibles las dignificamos con el nombre
hipótesis.
Nótese que en la lista de apartados
antes dada el orden es esencial a la coherencia textual. En vista de que la
hipótesis de trabajo (y cualquier otra hipótesis alternativa que se pretenda
estudiar) solamente tiene sentido como la respuesta tentativa a una pregunta de
investigación, es claro que debemos primero plantear esta antes de proponer
aquella (o aquellas).5 De manera parecida, el diseño de prueba solamente tiene
sentido relativamente a la hipótesis, puesto que esta es justamente aquello que
la investigación debe poner a prueba, con lo cual primero debe formularse la
hipótesis y luego el diseño de prueba. De este modo garantizamos la coherencia
de un proyecto de investigación: primero se plantea la pregunta que queremos
responder, luego se elige la respuesta a la pregunta que queremos poner a
prueba en la investigación, y finalmente decimos cómo pensamos ponerla a
prueba. El orden de las tres partes del proyecto es lógico, contundente e
insustituible.
Eso significa que todo lo demás
que pueda pedírsele a quien solicita financiamiento para investigar está
lógicamente supeditado a estas tres partes fundamentales de un proyecto. De esa
manera, el marco teórico, por ejemplo, o los antecedentes, juegan un papel
solamente como premisas de las argumentaciones que en un proyecto deben construirse
con el fin de justificar la pregunta o la hipótesis o el diseño de prueba. En
efecto, de un solicitante exigimos no solamente que nos diga cuál es su
pregunta, sino por qué la quiere responder: tiene que justificar que, de entre
todas las preguntas que se pueden plantear en un área cualquiera de estudio,
precisamente esta que el solicitante plantea es importante. Para ello requerirá
hablar de antecedentes, de teorías, de datos. Tendrá que construir un argumento
convincente de que vale la pena apoyar su proyecto.6 Y otro tanto vale de la
hipótesis y del diseño de prueba. La Figura 1 presenta de forma esquemática la
estructura tripartita básica de todo proyecto de investigación.
Fuente: elaboración propia
Figura 1: Estructura tripartita de
un proyecto de investigación
Para terminar, en vista de que
pudiera parecer que la distinción entre un proyecto y un informe de
investigación es tajante, quisiera aclarar que es una cuestión de grado. En
todo rigor, un proyecto de investigación es, o debería ser, un resultado de
investigación. Esto es obvio si se considera que todas las investigaciones que
se hacen en una comunidad científica se desprenden de otras investigaciones
hechas por el mismo investigador o por otro. Una investigación engendra otra y
es engendrada por otra en una cadena sin fin (por cierto, una cadena
argumentativa).
Un proyecto de investigación bien
formulado es un informe, todo lo breve que se quiera, de aquella investigación,
en algunos casos puramente bibliográfica, que condujo al proyecto. No vemos
esto siempre con toda la claridad que convendría porque aceptamos en nuestros
posgrados a alumnos cuyos proyectos en realidad son cuando mucho embriones de
proyectos, con muy escasa argumentación fundada en resultados obtenidos
previamente por el mismo estudiante o, más frecuentemente, por otros
investigadores. De hecho, es parte del problema el énfasis excesivo en el
llamado “marco teórico” a expensas de lo que podemos llamar, por analogía, el
marco empírico.
Toda argumentación necesita premisas,
las cuales no son sino proposiciones que se dan por sentadas para poder
construir el argumento. En otras palabras, son supuestos que, como todos los
supuestos, en su momento pueden cuestionarse, pero no para los propósitos del
argumento del proyecto.7 Más adelante, veremos los distintos tipos de supuestos
que empleamos, pero ya aquí debe quedar clara una cosa: mientras más plausibles
sean los supuestos, tanto más persuasivo será el argumento. De hecho, eso que
llamamos el marco teórico está constituido de todos aquellos supuestos de
carácter general que resultan necesarios para argumentar en defensa de la
pregunta de investigación, de la hipótesis de trabajo o del diseño de prueba; y
paralelamente, eso que aquí llamo el marco empírico está constituido de todos
los supuestos de carácter particular requeridos por la argumentación. De hecho,
como veremos a continuación, la típica argumentación que presenta un
investigador combina en su construcción supuestos de los dos tipos: toda, o
casi toda, argumentación científica es una argumentación mixta
teórico-empírica.
La diferencia, por tanto, entre un
proyecto y un informe de investigación es de grado. Habrá proyectos de
investigación tan bien argumentados (teórica y empíricamente) que tendremos que
reconocer como informes de una investigación previa, mientras que otros
proyectos, justamente porque su argumentación es más endeble o más embrionaria,
tienen muy poco parecido con un informe.8 Esta diferencia se traduce
administrativamente, para el caso de los doctorados, en que algunos conceden un
año más, el primero, justamente con el propósito de que el estudiante admitido
lo use para llevar a cabo la o las investigaciones preliminares con las que el
estudiante podrá ponerse al día en el estado del arte, es decir, en las
cuestiones teóricas, empíricas y metodológicas que se requieren para poder
plantear una pregunta de investigación, una hipótesis de trabajo y un diseño de
prueba, presentando en cada caso los argumentos pertinentes que justifican cada
una de estas tres partes esenciales de todo proyecto de investigación.
Hechas estas aclaraciones previas,
procedo a demostrar mi tesis.
2. La pregunta de investigación y
sus argumentos
No intentaré demostrar mi tesis de
forma puramente abstracta y a punta de silogismos, sino que argumentaré por el
ejemplo. Toca al lector juzgar si el texto que he elegido para este propósito
es suficientemente representativo para concluir que lo que vale de ese texto
vale en general en cualquier informe de investigación, en el sentido de este
término que he tratado de aclarar en el apartado 1. Es por razones de espacio
que debo restringirme aquí a un solo ejemplo, y no porque falten ejemplos igual
de apropiados para probar mi tesis.
Cuando digo “apropiado”, lo que
quiero decir es que el texto elegido tiene una estructura transparente: las
tres partes lógicas que he mencionado arriba son perfectamente discernibles en
ella. Por lo demás, he elegido un texto en el que la diferencia de grado entre
informe y proyecto es especialmente clara: probablemente la mejor manera de
leer el texto seleccionado es como un proyecto de una investigación por hacer,
la cual se basa en una investigación, mayormente bibliográfica, que ya se hizo.
La simplicidad del texto permite que el análisis de sus argumentos no rebase el
espacio de un trabajo como el presente. Finalmente, he elegido un texto que es
fácil y legalmente accesible en internet, de forma que el lector puede
descargar el texto y seguir paso a paso mi exposición para confirmar que no me
alejo de su contenido. De hecho, creo que la única manera de que el lector
comprenda, y en su caso acepte, lo que diré es que tenga a la mano el texto
mismo del artículo y vaya cotejándolo con mi exposición.
El texto elegido, “Singapore’s
political economy: Two paradoxes”, fue publicado en la revista singapurense
Ethos en su número seis (julio de 2009). Su autor es Bryan Caplan, profesor de
economía de la Universidad George Mason en Virginia. Algunos lectores de esta
revista querrán abandonar aquí la lectura y hasta podrán pensar que los he
estado engañando, ya que ellos esperaban una discusión sobre la investigación
en ciencias sociales, no una sobre la investigación en economía. Para esos
lectores, la economía se ocupa del dinero, el comercio, la industria y las finanzas,
y si bien estas cosas inciden a veces en las cuestiones de Estado y sociedad
que nos preocupan a todos y de las que trata Espiral, el punto es que se cree
que los temas propios de la economía son claramente distintos de los de las
ciencias sociales propiamente dichas. Independientemente del mérito que pudiera
tener esta manera de pensar, lo cierto es que Caplan (2009) se ocupa de una
cuestión de ciencia política en la que politólogos y economistas colaboran con
asiduidad cada vez más regular. Y el marco teórico del artículo es uno que
comparten la politología y aquella parte de la economía que se conoce como
análisis económico de la política. Prometo, pues, a esos lectores que estaban a
punto de irse que en este trabajo no se tocará ningún tema de industria,
comercio y finanzas.
¿Cuál es ese marco teórico? Es el
llamado modelo del votante mediano (o MVM a partir de ahora). Como todo modelo,
el MVM tiene ciertas condiciones de aplicabilidad. Para los propósitos de este
artículo, mencionaré solamente cuatro de ellas:
Condición 1: El MVM se aplica solamente a regímenes democráticos y en
particular a los que son de mayoría.
Condición 2: El MVM se aplica a todos los regímenes democráticos por
mayoría.
Condición 3: El MVM se aplica si y sólo si los electores eligen de
acuerdo con sus verdaderas preferencias.
Condición 4: El MVM se aplica si y sólo si las preferencias de los
electores son unidimensionales.
Las dos primeras condiciones no
deben causar sorpresa: el modelo se creó pensando en las democracias y sólo en
ellas. Las autocracias, dictaduras y teocracias requieren de modelos diferentes
(Tullock, 1987; Wintrobe, 1998; Ferrero y Wintrobe, 2009), y la experiencia
muestra que el MVM se aplica especialmente bien si esas democracias son por
mayoría y no por consenso.9 La condición 3 es algo más curiosa, y aunque alguna
vez se consideró que, de acuerdo con el postulado de racionalidad, todas las
decisiones se hacen de acuerdo con las preferencias, hace tiempo que se ha
visto que las cosas son más complicadas y que hay excepciones importantes
(Kuran, 1995). Finalmente, la condición 4 es la más dudosa. En efecto, lo que
esa condición asume es que, a pesar de la gran variedad de cuestiones
disputadas, es decir, de los asuntos públicos sobre los que versan las diversas
luchas políticas, resulta según esta condición que todos esos asuntos que
despiertan desacuerdo tenderían a aglutinarse en “paquetes” más o menos
coherentes, asociados a ideologías partidistas, que son en realidad por las que
votan los electores, como quien dice, en bulto.
Comienzo desde el principio con
este modelo y sus condiciones de aplicación porque, como veremos, uno y otras
son utilizados como principal elemento del marco teórico de Caplan (2009), y lo
son tanto en la argumentación que justifica la pregunta de investigación como
en la que justifica las hipótesis. Además, si hubiera una argumentación en
sustento del diseño de prueba (como veremos, no la hay), el modelo con sus
condiciones sería también parte crucial del marco teórico.
La primera sección de Caplan
(2009) plantea la pregunta de investigación, pero, como debe ser el caso en
cualquier texto bien escrito de ciencias sociales, no nada más la plantea sino
que la justifica, es decir, presenta la argumentación de la que se deriva el
planteamiento de la pregunta.10
Para simplificar mi exposición
sobre la forma en que Caplan plantea y justifica su pregunta de investigación,
he construido un mapa argumental (Figura 2). Todo mapa argumental pretende
esclarecer la estructura argumentativa de un texto y permitir que los
interesados en el contenido del argumento puedan organizar su discusión en
torno a él de forma ordenada y perspicua (Van Gelder, 2005; Monk y Van Gelder,
2009; traducción en Leal Carretero, et al., 2010, pp. 97-132). En el caso que
nos ocupa, tengo un propósito ligeramente distinto: el de destacar la forma del
texto, es decir, el hecho de que se trata precisamente de un argumento
construido con el propósito de justificar la pregunta de investigación. Para ello
sigo, en la Figura 2, varias convenciones que podría ser útil aclarar. Las
explico al mismo tiempo que voy comentando el argumento:
Fuente: elaboración propia.
Figura 2: Mapa argumental de la
justificación de la pregunta de investigación en Caplan (2009)
En primer lugar, la conclusión del
argumento (en este caso una pregunta) está en la parte superior, encerrada en
un cuadro y escrita en negritas. Debajo de la conclusión se colocan, de manera
jerárquica, los varios argumentos que confluyen hacia ella. Nótese que cada una
de las líneas que conecta los diversos enunciados tiene una sola dirección,
indicada por una flecha, y lleva una etiqueta. Dado que la dirección es
explícita, el que la conclusión esté arriba y los argumentos abajo no es
importante; lo importante es la dirección de la flecha. También son importantes
las etiquetas, pues se trata de los varios conectores argumentativos. En
principio, bastaría con dos (está a favor vs. está en contra). Para comodidad
del lector, he sustituido estas etiquetas lógicamente austeras por otras que
son metodológicamente un poco más explícitas.
En segundo lugar, llamo la
atención del lector sobre el hecho de que hay dos tipos de argumentación, una
teórica del lado izquierdo y una empírica del lado derecho. Distingo los
enunciados teóricos encuadrándolos con una línea punteada, mientras que los
enunciados empíricos se encuadran con una línea continua. Puede verse que ambos
tipos de argumentación se combinan para extraer la conclusión. La argumentación
que justifica la conclusión no es pues ni puramente teórica ni puramente
empírica, sino una mezcla de supuestos teóricos y empíricos.
En tercer lugar, cabe recordar que
toda argumentación tiene que terminar en algún punto: las premisas últimas,
esto es, los elementos de prueba que en el contexto del argumento se consideran
finales, y a favor de las cuales ya no se argumenta. Tales premisas últimas
están contenidas en cuadros rellenos de color gris. El lector notará que en la
Figura 2 casi todas las premisas últimas son referencias bibliográficas.
Entiéndase que tales referencias no funcionan como argumentos de autoridad,
sino que remiten a demostraciones empíricas o teórico-empíricas que el lector
puede, si así lo desea, consultar por su cuenta en las referencias respectivas.
De este modo, las referencias no son sino indicaciones de otros argumentos que,
por brevedad, no se incluyen en el artículo mismo. Si se incluyesen, el
diagrama crecería hacia abajo, pero aun en ese caso, habría un límite, ya que
ningún argumento es infinito.
Por otro lado, hay en el lado
izquierdo de la Figura 2 una caja gris que no contiene una referencia
bibliográfica ni se encuentra en la base: es la caja que representa el MVM de
que hablábamos antes. Ella es también la única caja que no contiene propiamente
un enunciado. En rigor, el MVM, como cualquier otro modelo, podría substituirse
por un enunciado, o mejor dicho: por una serie de enunciados.11 Como tal serie
ocuparía mucho espacio, se opta en este caso, como en muchos otros, por
utilizar una expresión compacta como “MVM”. Cuando los lectores a quienes se
dirige un texto comparten la confianza que tiene el autor en la solidez del
modelo utilizado, basta hacer esta referencia compacta para que todos estén
contentos. De allí que la caja esté rellena de color gris, indicando con ello
que funge como premisa última. Caplan, sin embargo, sabe bien que al MVM se le
ha hecho una importante objeción, a saber que la condición 4 mencionada arriba
podría no ser válida empíricamente. Por eso es que Caplan la hace explícita en
forma de premisa y remite a una referencia bibliográfica en que se contienen
los datos empíricos que prueban su validez.12 Tampoco hay aquí un mero
argumento de autoridad, sino una señal de que el lector puede encontrar en la
referencia el argumento teórico-empírico completo.
Normalmente, un mapa argumental
culmina en una sola conclusión. En nuestro diagrama, sin embargo, de la
pregunta con que la argumentación concluye se deriva enseguida por
generalización otra pregunta, la cual en esta sección de Caplan (2009) queda
implícita, pero que luego, como veremos, se vuelve explícita en la última
sección de su artículo. Encuadrándola con líneas punteadas para destacar su
contenido teórico, incluyo esta conclusión en el diagrama por la razón que se
describe a continuación.
Considérese que la pregunta de
investigación que Caplan se plantea se podría formular de dos maneras
diferentes, aunque equivalentes a las que se ofrecen en la Figura 2:
¿Cuál es el mecanismo causal por el cual se puede explicar que en
Singapur los votantes hayan mantenido en el poder, elección tras elección,
desde la independencia en 1963 hasta la fecha, al Partido de Acción Popular (en
las lenguas del país: Rénmín Xíngdòngdǎng, Parti Tindakan Rakyat, Makkaḷ ceyal
kaṭci)?
¿Cuál es el mecanismo causal por el cual se puede explicar que en un
país donde hay elecciones periódicas los votantes mantengan en el poder,
elección tras elección, a un partido que promueve políticas impopulares, si
bien económicamente eficientes?
He puesto en cursivas los tres
elementos que varían de una formulación a otra, yendo de lo particular a lo
general. La formulación 1 puede a primera vista parecer más clara, ya que se
refiere a cosas tangibles: Singapur, el Partido de Acción Popular, el periodo
de 1963 a la fecha.13 Sin embargo, la formulación 2 es muy preferible a la 1,
ya que sólo la 2 expresa con claridad la generalidad propia de una pregunta de
investigación, es decir, la inserta en un marco teórico. Con otras palabras,
cuando Caplan eligió un lugar particular (Singapur), un periodo particular (de
1963 a la fecha) y, en ese tiempo y ese espacio, a un actor social particular
(el Partido de Acción Popular), los eligió no por casualidad, sino porque se
trata de fenómenos particulares cuyo interés para las ciencias sociales no
reside en las coordenadas espaciotemporales en que se sitúan, sino en el hecho
de que ese partido, en ese país, en esas coordenadas, representan una instancia
de un fenómeno general, a saber: aquel que se explicita en la formulación 2.
3. La hipótesis de trabajo y sus
argumentos
Las secciones 2-4 de Caplan (2009)
están construidas en paralelo con el fin de contrastar tres hipótesis que
responden a la pregunta. En lo que sigue las abreviaremos como H1, H2 y H3. Para
cada una de estas tres hipótesis, Caplan ofrece una serie de argumentos que
sirven para justificarlas. Además, ofrece otra serie de argumentos que invita a
desechar H1 y H2 a favor de H3, la cual se erige entonces, como resultado de la
argumentación, en la hipótesis de trabajo. Podemos ver entonces estas mismas
tres secciones del proyecto como un informe de investigación concluido, si bien
puramente bibliográfico, el cual funciona como justificación para hacer una
nueva investigación, ahora tal vez no puramente bibliográfica, cuyo propósito
sea verificar si la hipótesis de trabajo (H3) se sostiene.
El procedimiento de contrastar
respuestas alternativas a una pregunta de investigación con el objetivo de
identificar una hipótesis de trabajo digna de ser puesta a prueba es muy
recomendable en ciencias sociales. De hecho, lo más recomendable es plantear
primero la hipótesis que resulte más obvia y que goce, por decirlo así, de la
mayor aceptación a primera vista. Ella contendrá con toda seguridad los prejuicios
más arraigados, y por ello conviene darle cara cuanto antes. Eso es justo lo
que hace Caplan (2009): comienza por la idea de que lo que explica el éxito
electoral ininterrumpido del PAP en Singapur es justamente que Singapur no es
en realidad una democracia, sino una dictadura disfrazada. Nótese bien aquí lo
que se está diciendo: no es que las políticas económicas del PAP sean populares
a los ojos de los singapurenses (el libre comercio o el cobro por los servicios
de salud serían tan impopulares en ese país como lo son en los demás), sino que
el PAP impone esas políticas de manera dictatorial, y todo mundo a callar.
El lector interesado podrá ver que
la idea de que Singapur no es una democracia sino en apariencia, y de que el
PAP gobierna de manera dictatorial, aunque bajo el velo, o la farsa, de
elecciones populares periódicas, es en efecto una idea extremadamente extendida
y que encontramos prácticamente por todas partes. Basta asomarse a unas cuantas
páginas de internet o a los grandes medios de comunicación para constatar que
se trata de un lugar común en toda regla. Ahora bien, desde Aristóteles sabemos
que los lugares comunes funcionan como premisas últimas en la argumentación: si
todo mundo, o casi todo mundo, está de acuerdo en una idea, no es necesario
aportar argumentos para demostrarla.14 La carga de la prueba estaría en aquel
que sostuviese que Singapur sí es una democracia.
Por otro lado, para que el
argumento funcione no basta el lugar común, sino que necesitaremos otra premisa
última, a saber, la primera condición de aplicabilidad mencionada antes: el MVM
solamente se aplica a regímenes democráticos. Solamente juntas esta condición y
aquel lugar común nos permiten concluir precisamente que el MVM no puede
aplicarse a Singapur (H1), con lo cual el éxito del PAP no sería un enigma,
como se había planteado al principio. La pregunta de la Figura 2 queda
respondida.
El argumento es simple y elegante,
pero Caplan (2009) nos muestra que no resiste a los hechos. Una dictadura
disfrazada tendría por fuerza que llevar a cabo dos operaciones políticas:
suprimir a sus rivales políticos hasta donde sea posible y hacer trampa en las
elecciones de forma que la oposición tolerada no pueda ganar nada o casi nada
de votos. La argumentación completa se representa en la Figura 3. En ella, la
refutación se ha puesto en cursiva para destacarla de la argumentación en apoyo
de la hipótesis. Caplan, pues, sabe bien que tiene la carga de la prueba y la
asume justamente mediante esta refutación.
Fuente: elaboración propia
Figura 3: Mapa argumental de la
hipótesis 1, la argumentación en su favor y la contra-argumentación que sirve
para refutarla (Caplan, 2009)
Habiéndose derrumbado H1 ante
nuestros ojos, necesitamos una segunda hipótesis. Para plantearla y
justificarla, Caplan (2009) utilizará la misma argumentación que le sirvió para
refutar H1, es decir, partirá de que tenemos evidencia suficiente de que
Singapur sí es una democracia y que por lo tanto el MVM se le puede aplicar.
¿Qué es entonces lo que puede explicar un hecho tan sorprendente, tan
extraordinario como que en una democracia los votantes consistentemente voten a
favor de un partido que una y otra vez propone e implementa políticas que
podrán ser todo lo eficientes que se quiera, pero que resultan impopulares en
todas partes? ¿Podría ser el caso que en Singapur, por razones que habría que
buscar, esas políticas sean populares? Pero si eso es así, ¿qué clase de
electores serían los singapurenses, que en este punto se distinguirían, si esta
idea fuera cierta, de los electores de los demás países?
Para que se aprecie la fuerza de
esta pregunta, considere el lector sus sentimientos respecto de las medidas
políticas que se enumeran en la Figura 2. ¿Qué piensa del libre comercio? La
mayoría de los lectores (lo digo por experiencia) se declararán en contra. Sin
embargo, aquellos que pudieran considerar que tal vez, bajo ciertas
circunstancias, podría el libre comercio ser benéfico al país jamás aceptarían
que una de tales circunstancias sea que un país no cobre impuestos a las
importaciones de otro país cuando este otro sí le cobra impuestos a las
exportaciones del primero. El sentido común dice que semejante asimetría es
claramente desventajosa y no puede beneficiar al primer país, sino sólo al
segundo. Sin embargo, en Singapur ocurre justamente eso: allí el PAP abre las
puertas a los productos extranjeros sin preocuparse de que sus socios
comerciales, por su parte, castiguen con tarifas arancelarias a los productos
singapurenses. Esto es libre comercio unilateral, y si el libre comercio es ya
impopular, el unilateral lo es de forma multiplicada. De la misma manera, los
lectores (estoy prácticamente seguro) estarán en contra de que se abran las
puertas a grandes números de inmigrantes, que la atención médica no sea completamente
gratuita, que en caso de crisis se reduzcan los impuestos a los empresarios, y
así todas las medidas que Caplan (2009) cita y aparecen en el centro de la
Figura 2. Los lectores dirán, casi sin excepción, que también ellos están en
contra y que les resulta difícil imaginar que alguien pudiese estar a favor,
excepto tal vez porque ello le redunde en algún beneficio personal. Y es que,
fuera del interés personal, y enfocando la atención solamente al bien común,
todas esas políticas son exactamente contrarias a lo que piensa y favorece el
público en general.
El propósito de este trabajo no es
argumentar ni a favor ni en contra de unas u otras políticas. Ese no es el
punto. El punto es que hay que reconocer que hay consenso muy amplio acerca de estos
asuntos. Si nos preguntamos quién que no saque provecho personal de una
política eficientista podría estar a favor de ellas, la respuesta es: los
economistas.15 No todos ciertamente, pero sí la mayoría. No nos interesan aquí
los argumentos de eficiencia por los cuales los economistas están a favor de
cada una de las políticas impopulares cuya implementación se enfrenta en todos
los países a una fuerte resistencia, ni mucho menos estamos interesados en
tratar de juzgar si están en lo cierto o están equivocados. Lo único que nos
interesa es que ellos son el único sector que promueve y justifica tales
políticas. ¿Qué tienen los economistas que no tengan los demás ciudadanos? Pues
una sola cosa: saben economía. En este hecho es que se apoya Caplan (2009) para
sugerir que tal vez los singapurenses se distingan de los electores de otros
países en esto: que saben más economía, que disponen de una cultura económica
mayor.
En este punto algunos lectores
expresarán escepticismo, diciendo que hay economistas y economistas, y que no
todos favorecen las políticas eficientistas. Eso es correcto, pero la cuestión
no es nunca de universalidad absoluta y sin excepciones. Basta que en general
el público esté de un lado y los economistas del otro. Sin embargo, habría una objeción
mucho más sofisticada a todo lo dicho. Hasta ahora solamente he hablado de
impresiones y le he pedido al lector que consulte sus propios sentimientos y
actitudes. Nada de eso basta cuando se trata de una investigación. Más bien,
hay que ofrecer evidencia de que lo que se está diciendo es así. Por ello es
que Caplan hace aquí uso de investigaciones previas hechas por él y publicadas
en una serie de artículos, donde compara las posiciones del público general de
los Estados Unidos con las de los economistas (Caplan, 2001, 2002a, 2002b,
2006).16 El resultado es claro: mientras más sabe de economía una persona, más
probable es que apoye las políticas económicas impopulares, y al revés. Existe
una brecha casi insalvable entre lo que el ciudadano común piensa acerca de
cómo funciona la economía y lo que piensan quienes se dedican profesionalmente
a la economía, y esa brecha se observa especialmente cuando se trata de
utilizar criterios de eficiencia para juzgar si una política económica debe
adoptarse o no. El economista utiliza esos criterios siempre; es parte de su
formación o deformación profesional. El ciudadano común los utiliza muy
parcamente y prefiere sustituirles con criterios de otro tipo, por ejemplo,
nacionalistas, ideológicos y morales.17
Pues todo esto es el caso en
Estados Unidos, como ha comprobado empíricamente Caplan tanto en los artículos
mencionados como en un polémico libro publicado poco después (Caplan, 2007).
Pero, se podría objetar, no hablamos de Estados Unidos, sino de Singapur. ¿Podemos
sin más aplicar a Singapur algo que se ha comprobado empíricamente para el caso
de Estados Unidos? Sí podemos, pero para ello necesitamos otro lugar común, a
saber: que Estados Unidos es un país cuya cultura está prototípicamente
orientada a las soluciones de mercado. Si aceptamos ese lugar común, entonces
podemos argumentar a fortiori como sigue: si ni siquiera en un país tan
orientado al mercado como los Estados Unidos se genera la suficiente cultura
económica para cerrar la brecha entre los economistas y el público, menos se
generará en otros, por ejemplo, en Singapur, a menos que pudiésemos conjeturar
que los singapurenses, por alguna razón, gozan de una cultura económica
superior a la de los electores en otros países, incluyendo Estados Unidos. Bajo
ese supuesto podríamos concluir que las políticas económicas que tanto en
Estados Unidos como en otros países son impopulares serían en Singapur, por el
contrario, populares (H2). Semejante hipótesis despejaría el enigma de la
persistencia electoral del PAP, y respondería, pues, a la pregunta de
investigación.
Hasta aquí vemos que H2 está
justificada por buenos argumentos. Es por tanto digna de tenerse en cuenta a la
hora de tratar de responder la pregunta de investigación. Con todo, Caplan
(2009) argumenta que H2 es una hipótesis débil y por tanto no deberíamos
tomarla tan en serio, al menos no si hay alguna hipótesis mejor. Dicho de otra
manera, para poder poner a prueba H2 necesitaríamos investigar: 1) directamente
el nivel de cultura económica de los singapurenses con relación a los
ciudadanos de otros países, o 2) la popularidad de las políticas económicas
eficientistas. Esta sería una labor costosa y dilatada.18 Caplan sugiere
entonces que busquemos antes en los datos que ya existen. A la mano está el
hecho de que, para el vecino país de Hong Kong, que comparte con Singapur tanto
rasgos culturales como éxito económico, sí se hizo una encuesta sobre la
popularidad de las políticas de eficiencia (Siu-kai y Hsin-chi, 1990). El
resultado fue mayormente negativo, con lo cual tenemos un argumento por
analogía que debilita la hipótesis que estamos discutiendo (H2).
Ahora bien, como es sabido, los
argumentos por analogía son comúnmente considerados los más débiles desde un
punto de vista epistémico, ya no se diga científico (Juthe, 2016). De allí que
Caplan (2009) busque reforzar el argumento anterior con otro que no sea por
analogía, pero que tampoco conlleve el gasto de una investigación nueva. La
idea es usar la célebre Encuesta Mundial de Valores (http://worldvaluessurvey.org)
que, como es de conocimiento común, abarca cerca del 90% de la población del
mundo y se hace desde 1981. La última encuesta de valores para Singapur fue la
de 2002, y lo que ella muestra es que no tenemos ninguna buena razón para considerar
que los singapurenses se distinguen demasiado de los estadounidenses en sus
creencias y valores relativos a las cuestiones de eficiencia (recuerde el
lector que este era el punto de referencia original de Caplan). Entonces, no
tendríamos razón tampoco para suponer que la cultura económica de los primeros
es mayor que la de los segundos.
Nótese que este segundo argumento,
aunque más fuerte que el primero, tampoco permite rechazar de plano la
hipótesis H2. Ello requeriría, como dije antes, hacer una investigación
encaminada a averiguar directamente las actitudes de los singapurenses frente a
las políticas del PAP. Sin embargo, tanto este argumento como el anterior por
analogía nos sugieren que tal vez valdría la pena buscar otra hipótesis que
responda a la pregunta de investigación.
Esta nueva hipótesis parte de
constatar un hecho curioso: el MVM es tan poderoso que, aun suponiendo que H2
fuera verdadera, es decir, que los singapurenses ordinarios fueran, por decirlo
así, mejores economistas que la media tanto de los estadounidenses como de los
habitantes de Hong Kong, aun así no habría en rigor ninguna razón para la
permanencia del PAP. En efecto, todo lo que tendrían que hacer los partidos de
oposición es imitar la plataforma política del PAP para, tarde o temprano, irle
ganando votos y eventualmente desplazarlo del poder. Pero justo eso es lo que
no pasa en Singapur.19
Todo pareciera indicar, pues, que
el electorado singapurense tiene preferencias por un partido, el PAP,
independientemente de las políticas que este partido propone e implementa.
¿Dónde en política encontramos un fenómeno como este? En unidades políticas
pequeñas o al menos más pequeñas que todo un país, como si se tratase de
pasiones que sólo florecen en terruños.20
Singapur, debemos recordar, es una
isla, en rigor, una isla mayor rodeada de varias decenas de islas pequeñas.
Separada de Malasia al norte por un estrecho, la isla mayor tiene una
superficie de poco menos de 700 kilómetros cuadrados, o sea, casi la mitad del
viejo territorio del D. F., y al igual que este, la isla de Singapur está casi
completamente urbanizada. Sus habitantes suman alrededor de cinco millones y
medio de personas, otra vez algo menos que la mitad del viejo d. f. La
comparación es útil, ya que desde las primeras elecciones efectivas en la
Ciudad de México han pasado dos décadas, y hasta 2015 parecía imposible que un
partido distinto al PRD pudiese ganar las elecciones. De hecho, no es claro
hasta dónde los cambios que se anuncian en la ciudad vayan a ser profundos y
permanentes. Hay, pues, cierta similitud entre Singapur y la Ciudad de México
con relación a la pregunta de investigación.
Caplan no habla ciertamente de la
Ciudad de México, pero sí de las ciudades de Chicago y San Francisco: en esta
última, el Partido Demócrata ha sido elegido sin interrupción desde 1964 (medio
siglo), y en la primera desde 1931 (nada menos que ochenta y seis años).
Pareciera que en estos dos casos -y tal vez también en el caso de la Ciudad de
México, si bien ha pasado mucho menos tiempo desde sus primeras elecciones y no
sabemos qué le depara el futuro- los electores eligen un partido porque es ese
partido y no tanto porque el partido tiene tal o cual plataforma política. En
casos así, donde podemos decir que no hay tanto una preferencia política cuanto
una preferencia partidista, los dirigentes del partido preferido tienen un
margen de maniobra mucho mayor del que tienen los dirigentes de otros partidos,
los cuales deben elegir sus políticas con cuidado para no perder elecciones.
Siendo así, los dirigentes del partido preferido pueden darse el lujo de
adoptar políticas impopulares en el entendido de que seguirán ganando las
elecciones. Algo así podría ser lo que ocurre en Singapur, y esa sería la nueva
hipótesis (H3), la cual respondería a la pregunta de investigación sin
necesidad de ir tan lejos como H1, es decir, sin desechar el MVM.
Para terminar esta discusión de
las hipótesis, surge la pregunta de cuál podría ser el mecanismo causal por el
cual en ciudades o territorios pequeños ocurriría que los electores
desarrollaran una preferencia partidista antes que una por políticas
particulares. Caplan (2009) propone tres posibilidades, no necesariamente
incompatibles: 1) por lealtad, es decir, que los electores verían a su partido
de la misma manera en que ven, por ejemplo, a su equipo de fútbol (“les voy a
ellos aunque fallen”); 2) por deferencia o respeto, sea hacia el partido o
hacia un líder en particular, a uno u otro de los cuales los electores dotarían
en su imaginación de un conocimiento y una voluntad superiores (“él sabe mejor
que yo lo que conviene”); 3) por resignación, en vista de que no se ven
opciones fuertes a la vista (“está flaca la caballada de este lado, pero está
más flaca de aquél”, “son los que siempre ganan”, o tal vez “más vale malo
conocido que bueno por conocer”).
La discusión de H3 concluye
diciendo que la Encuesta Mundial de Valores contiene indicios de que en
Singapur hay en efecto una actitud de deferencia hacia los dirigentes, la cual
se combina con algo de resignación en vista del bajísimo interés que parecen
despertar las cuestiones políticas en los singapurenses. Algunos comentadores
políticos confirman esta idea, pero, como dice Caplan, habría que investigar
más para estar seguro de cuál de las motivaciones es más fuerte o cómo se
combinan en la realidad. En todo caso, H3 se perfila claramente como la
hipótesis de trabajo, por cuanto la evidencia la favorece por encima de H2 y
H1.
4. El diseño de prueba y sus
argumentos
Llegados a este punto, cabría
esperar que Caplan planteara un diseño de prueba de su hipótesis de trabajo, y
que justificara tal diseño con argumentos. En efecto, no está por demás señalar
que un error muy común en los proyectos de investigación que se presentan en
los posgrados es que, luego de desahogar todas las partes del machote que
preceden a la que se suele llamar “metodología” (véase apartado 1 de este
trabajo), y que en mi opinión debiera llamarse precisamente “diseño de prueba”,
el aspirante está tan cansado que trata esta sección con el solo ánimo de
llenar el expediente, contentándose con vaguedades, como, por ejemplo, decir
que va hacer trabajo de archivo o que va a entrevistar a los actores sociales
involucrados. Esto es una pena, ya que no exageraría quien dijese que esta
sección es de todas las de un proyecto con mucho la más importante.
Hasta aquí hemos analizado el
texto de Caplan (2009)como si se tratase de un proyecto de investigación. Se
trataba de una ficción útil a fin de mostrar cómo la argumentación es parte
integrante de la metodología. Sin embargo, el trabajo de Caplan (2009) no es ni
pretende ser en realidad un proyecto de investigación, por lo que no le podemos
reprochar que no se haya incluido un diseño de prueba de la hipótesis.
Imaginemos ahora que el tema nos resulta tan interesante que quisiéramos saber
cómo se podría hacer la investigación para verificar la hipótesis, es decir,
cuál podría ser un diseño de prueba apropiado para H3.
Antes de continuar con esto,
conviene hacerse cargo de cuál exactamente es la hipótesis, ya que de otro modo
podríamos confundirla con otra muy distinta. Para aclarar lo que quiero decir,
traduzco una reflexión del sociólogo Raymond Boudon, en la que describe cómo
razona un típico elector:
Supongamos que yo tenga que escoger entre dos candidatos a una elección.
Sé bien lo que a mí me gustaría que hicieran. Quisiera, pongamos por caso, que
redujesen los impuestos o que combatiesen el desempleo. Naturalmente, yo no sé
sino muy imperfectamente lo que uno u otro harían una vez llegados al poder.
Por lo demás, ni ellos mismos lo saben quizá con claridad. Han anunciado su
programa, sí, pero ese programa no describe al detalle las medidas a tomar. Y
si lo hiciese, tampoco tendría yo ninguna garantía de que los candidatos van a
querer o incluso si van a poder tomar dichas medidas. Y si las llegaran a
tomar, tampoco sabría yo si ellas tendrán las consecuencias que tal o cual
analista anuncia, o en las que yo mismo creo. En una palabra, no tiene caso
seguir aquí los procedimientos descritos por la noción de racionalidad, en el
sentido clásico, por limitada que fuese: está por demás intentar pesar los pros
y los contras. ¿No vemos por lo demás que poca gente siquiera finge hacerlo?
Todo mundo da más bien la impresión, en una situación como la descrita, de que
está convencido de que su caballo es el bueno y de que ningún argumento podría
arrojar duda sobre su creencia.
Lo que pasa es que la estructura de la situación es tan incierta en
estos casos que resulta más simple y más racional comparar los valores que
parecen suscribir los candidatos con los que a mí mismo me convencen: escucho
hablar a tal candidato, es de izquierda, yo soy de derecha, luego, no votaré
por él (Boudon, 1984, p. 103).
Lo que Boudon describe aquí con
maestría se parece a lo que se conjetura en H3, pero se trata de una falsa
apariencia. Para hablar con las categorías de Max Weber, que son por cierto las
mismas de Boudon, el elector típico no puede utilizar la racionalidad de fines,
que es lo que clásicamente se entiende por racionalidad a secas, por más que en
algunos modelos se pretenda limitarla. No puede utilizarla porque, como se
explicita en el pasaje citado, al elector le falta información para saber si el
medio a su disposición (elegir a este candidato de este partido) tiene una
buena probabilidad de éxito.21 El elector no tiene manera de saberlo. Hay
demasiadas incógnitas. Luego al elector no le queda sino valerse de la
racionalidad de valores de Weber. Muy bien, pero la racionalidad de valores
también es racionalidad (en esto Boudon no ha dejado nunca de insistir), y
podemos añadir que la teoría de la argumentación le da la razón.
En cambio, en H3 tenemos algo que
no puede considerarse racional, ni siquiera en el sentido de la racionalidad de
valores. Motivaciones tales como la lealtad, la deferencia o la resignación
(piense el lector en las frases populares con que las ilustré arriba) no
pertenecen a la racionalidad de valores.22 Tomemos como un ejemplo las
elecciones en México durante la larga época de monopartidismo del PRI. El
lector estará de acuerdo en que no pocos electores votaban por este partido
simplemente por resignación. Por decirlo así, no había otro partido o no tenía
sentido votar por ningún otro. Este motivo, hay que decirlo, no es ideológico.
¿Cuál sería la manera más rápida y
menos onerosa de poner a prueba la hipótesis H3 de Caplan? La mejor respuesta
parece que sería buscar si alguien ha hecho ya encuestas a los electores en
Singapur en las que se les haya preguntado, entre otras cosas, por las razones
que tienen para votar.23 Si nadie lo ha hecho, entonces habría que planear cómo
podría hacerse tal encuesta de la forma más económica posible.
¿Por qué una encuesta y por qué en
Singapur? En Singapur, porque este es el país cuyas elecciones nos han
presentado el enigma que queremos resolver. Sin duda, la pregunta de
investigación, como indiqué antes y como Caplan insiste hacia el final de su
artículo, tiene un interés general más allá de Singapur, y eso significa que,
en su momento, podría y debería continuarse la investigación en otros países,
pero por lo pronto necesitamos una respuesta empírica para el caso concreto que
nos atañe: Singapur. Por otro lado, a la encuesta la hacen un instrumento
idóneo dos cosas: por un lado, a diferencia de métodos cualitativos como la
entrevista, una encuesta permite alcanzar resultados susceptibles de ser
válidos para toda la población de interés (ver: Weiss, 1994, pp. 2-3), lo cual
es absolutamente indispensable en el caso de nuestra pregunta de investigación;
por otro lado, a diferencia de métodos cuantitativos como el análisis de
contenido de publicaciones que traten del tema, una encuesta con las preguntas
adecuadas nos lleva directamente al corazón del asunto, ya que pregunta
estrictamente eso que queremos preguntar, sin mezclarlo con otras cuestiones y
sin necesidad de introducir categorías y variables ad hoc (Krippendorf, 2004).
Hasta aquí la parte elemental de
la argumentación que justifica el diseño de prueba elegido. Sin embargo, es
claro que una encuesta como la que se ha sugerido debería obedecer a una serie
adicional de requerimientos metodológicos delicados. Las preguntas más
importantes que habría que responder en un diseño de prueba como el sugerido
serían al menos las siguientes: 1) ¿cómo debemos elegir el tipo de encuesta más
apropiado y sencillo?; 2) ¿cómo debemos elegir a los encuestados para lograr
que constituyan una muestra verdaderamente representativa?; 3) ¿cómo debemos
elegir las categorías y los tipos de variables a fin de anticipar la aplicación
correcta de tal o cual técnica de análisis estadístico?; 4) ¿cómo debemos
elegir las preguntas para limitar los sesgos, las ambigüedades y otros
problemas semejantes?24 Nótese que cada una de estas preguntas constituye una
elección, y que cada elección debe ser justificada de cara al objetivo del
diseño de prueba: corroborar o rechazar la hipótesis de trabajo. Igualmente,
cada pregunta general se subdivide eventualmente en preguntas particulares, y
para cada una de ellas se requiere construir una argumentación que la
justifique.25
Conclusión
No tiene caso continuar este
ejercicio. El lector se habrá dado cuenta del paralelo entre el diseño de
prueba y las otras dos partes del proyecto. Los planteamientos tanto de la
pregunta de investigación como de la hipótesis de trabajo requieren de una
argumentación teórica y empírica, y Caplan (2009) nos la proporciona con
extraordinaria brevedad y perspicacia, como he detallado. De manera parecida,
el planteamiento del diseño de prueba requeriría la construcción de una
argumentación larga y compleja que justificara cada parte del diseño mostrando
en cada caso cómo es esa la manera de hacer las cosas si queremos que tal
diseño realmente sea capaz de poner a prueba la hipótesis de trabajo y
responder la pregunta de investigación, no una hipótesis y pregunta
cualesquiera, sino precisa y únicamente esta hipótesis y esta pregunta, es
decir, las del proyecto, no otras. Solamente de esta manera obtendremos un
proyecto de investigación sólido, coherente, riguroso, es decir completamente
argumentado. Caplan (2009) nos indica el camino, tanto si somos estudiantes con
la aspiración de llegar a ser investigadores como si somos investigadores con
la pretensión de asesorar a los estudiantes que tienen tal aspiración.
De este ejemplo también se
desprende una lección para la teoría de la argumentación aplicada a proyectos
de investigación. Dada la estructura tripartita de todo proyecto, cualquier
teoría que aspire a arrojar luz sobre las argumentaciones académicas contenidas
en este tipo de texto debe seguir esa estructura como su hilo de Ariadna. Por
lo demás, esa misma estructura debe presidir no solamente el análisis y
evaluación de la argumentación en proyectos de investigación, sino también,
mutatis mutandis, en principio, la de cualquier texto relacionado con la
investigación científica. Esta es una gran tarea en la que deberán colaborar
metodología de la investigación y teoría de la argumentación. De la unión nace
la fuerza.
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1Al comienzo del último capítulo
de Sobre el origen de las especies, Darwin se apresta a recapitular su obra
diciendo: “As this whole volume is one long argument, it may be convenient to
the reader to have the leading facts and inferences briefly recapitulated”. Lo
que dice aquí Darwin con su acostumbrada lucidez vale para cualquier informe de
investigación: todos ellos no son sino largas argumentaciones que en su momento
deben ser recapituladas para darle al lector el “hilo de Ariadna” que le
permita no perderse en el “laberinto” verbal que representa cualquier
investigación.
2Una notable excepción a la regla
es Booth, Colomb y Williams (2009), probablemente porque los tres autores
vienen de la tradición humanista y retórica. En todo caso, este excelente libro
no es para nada representativo del género. De hecho, es un libro que se sitúa
más en el área de la escritura académica que en el de la metodología, lo que
hace que ignore la estructura tripartita de un proyecto de investigación
científica. De allí la necesidad de un artículo como este. Aprovecho para
expresar mi agradecimiento al Dr. Jorge Ramírez Plascencia por haberme llamado
la atención sobre esta excepción que confirma la regla.
3Un error bastante común entre
estudiantes de posgrado es el dejar cosas implícitas en el entendido de que los
profesores que leerán su texto saben de qué están hablando y no necesita ser
explícito. Entre especialistas nos dejamos muchas cosas en el tintero porque
confiamos en que nuestros lectores sabrán suplir las cosas que no decimos
explícitamente, pero en el caso particular de los estudiantes no basta que el
profesor sepa del tema, pues lo que no sabe es si el estudiante también lo
sabe. A veces se le olvida esto al estudiante y entrega textos demasiado
incompletos, y a veces al profesor se le olvida también y no cumple su deber de
llamar la atención al estudiante sobre los huecos que debe llenar.
4En México llamamos a esas listas
machotes, cosa que hace bastante gracia a los colegas españoles. Se trata de
formatos preconcebidos y que se supone facilitan la tarea de “llenarlos”.
Nuestro país es prolífico en machotes, los cuales parecen en general concebidos
para analfabetos. Dependemos de ellos tanto que la gente se asusta fácilmente
cuando se le dice “puede usted redactarlo libremente”, es decir, precisamente
sin machote. La verdad es que si bien el propósito del machote es ayudar al
usuario, lo cual es loable, su implementación tiende más bien a confundirlo.
5Aprovecho para romper una lanza
contra la idea, desgraciadamente muy difundida, de que para hacer un proyecto
de investigación basta formular una hipótesis de trabajo. Sea que se haga
explícito o no, cualquier investigador sabe que a cada pregunta que se nos
ocurra formular le corresponden siempre varias respuestas posibles (hipótesis).
De todas ellas, el investigador debe elegir una como aquella que tratará de
poner a prueba, pero es difícil pensar que mantendrá su honestidad intelectual
si no se hace cargo de que esa hipótesis que seleccionó (y a la que llamamos
justamente la hipótesis de trabajo) tiene rivales, y que en su diseño de prueba
no debe olvidar considerar al menos una de ellas. Sobre esto dijeron
prácticamente todo lo que hay que decir Chamberlin (1890) y Platt (1964), ambos
en las venerables páginas de la revista Science.
6Se podrá objetar que algunos
solicitantes (por ejemplo, el aspirante a una maestría sin ninguna experiencia
previa en investigación) pueden no saber bien a bien cuál es una pregunta digna
de plantearse. Estoy de acuerdo y hasta voy más lejos: todo investigador sabe
bien que, al comienzo de una investigación, no es posible decir casi nunca con
toda claridad cuál es la pregunta que vale la pena contestar; y sabemos también
que es casi siempre en el curso de una investigación cuando encontramos la
pregunta que nos interesa y para la que tenemos datos en apoyo de una
respuesta. Lo mismo vale naturalmente para la hipótesis y el diseño de prueba.
¿Se sigue acaso de ello que deberíamos darle carta blanca a quienquiera que
diga que quiere investigar algo “a ver qué encuentra”, pour voir, como decía el
gran fisiólogo Claude Bernard (1865)? No lo creo. Recordemos que Bernard
suponía que el investigador que investiga pour voir está precisamente
entrenado, a diferencia del principiante, para reconocer y dejarse sorprender
hasta por el azar. Por citar a otro gran contemporáneo de Bernard: par hasard,
direz-vous peut-être, mais souvenez-vous que dans les champs de l’observation
le hasard ne favorise que les esprits préparés (Pasteur, 1854). El truco
consiste en utilizar el proyecto de investigación para hacer un estimado de si
el solicitante (joven o viejo, neófito o avezado) tiene zancas de jinete; en el
caso del joven neófito, si tiene madera de investigador. Por lo demás, todo
proyecto de investigación (incluyendo los proyectos que redactamos quienes
tenemos ya tiempo en esto) es un ejercicio de imaginación intelectual, del que
sabemos también que cambiará en todas o casi todas sus partes conforme avance
la investigación. Es más, el proyecto debe escribirse y reescribirse tantas
veces como vaya cambiando el curso de ella.
7Uno de los peores errores en
metodología consiste en confundir las hipótesis y los supuestos. Si bien
etimológicamente las dos palabras significan exactamente lo mismo (lo que está
colocado debajo), importa mucho distinguir entre aquello que queremos poner a
prueba (lo que tradicionalmente se ha venido llamando hipótesis) y aquello que,
lejos de querer ponerlo a prueba, damos por cierto, sentado y descontado (todo
eso que en la vida ordinaria llamamos supuestos). Sin duda, puede ocurrir, y
ocurre con alguna frecuencia, que en el curso de la investigación algo que
dábamos por supuesto se nos vuelve dudoso y cuestionable, y hasta puede ocurrir
que por su importancia lo convirtamos en hipótesis y nos lancemos a ponerlo a
prueba. Nada de eso le resta importancia a la distinción; antes bien, la
acentúa.
8Atención: esta manera de
presentar las cosas tiene el defecto de que los proyectos, al menos si son
demasiado embrionarios, parecieran ser inferiores a los informes de
investigación. Pero si atendemos al hecho, enunciado arriba, de que proyecto e
informe son solamente momentos de un ciclo perpetuo, veremos que si un proyecto
puede pecar de demasiado embrionario por no haber hecho su autor la
investigación (aunque fuera bibliográfica) que justifica las partes del proyecto,
así también un informe hecho y derecho, en que se reportan resultados de una
investigación concluida, puede pecar de demasiado embrionario en cuanto
proyecto nuevo si su autor se contenta con frases tan huecas como frecuentes
como “habría que hacer más investigación”, al tiempo que no especifica, a
manera de proyecto futuro, exactamente de qué manera habría que emprender la
nueva investigación.
9Sobre la distinción entre
democracias por mayoría y democracias por consenso, véase: Lijphart (2012).
10En el improbable caso de que el
lector de este trabajo sea lógico o al menos se acuerde de los cursos de lógica
que tomó algún día, esta última oración podría causar un alzamiento de cejas.
En efecto, un principio usual en los cursos de lógica clásica es que una
argumentación tiene siempre como conclusión un enunciado declarativo, una
afirmación o negación a la que se puede asignar un valor de verdad. Sin entrar
ahora en discusiones filosóficas, me contento con observar que, desde la
aparición de las llamadas lógicas erotéticas (“erotético” significa “relativo a
las preguntas”) y en particular de las lógicas de la inferencia erotética, este
principio ya no es válido. Sobre estas lógicas puede el lector consultar
Wisńiewski (1995).
11El lector curioso puede
consultar una presentación elemental de esos enunciados en el artículo sobre
“Teorema del votante mediano” de Wikipedia, o bien, de forma más sofisticada,
en Congleton (2003).
12Esta acertada decisión de Caplan
puede servirnos también de recordatorio de que, en último término, lo que abona
a favor de cualquier marco teórico que queramos emplear son datos empíricos.
Las teorías no se sostienen por sí mismas, sino solamente en la medida en que
nos permitan ordenar y explicar los hechos.
13En caso de que el lector tenga
curiosidad acerca de si algo ha cambiado, la respuesta es que no. El artículo
de Caplan se publicó en 2009, pero en las últimas elecciones generales de
Singapur, en 2015, el PAP obtuvo ochenta y tres de las ochenta y nueve curules
abiertas a elección.
14Caplan nos dice que este lugar
común corresponde a los estereotipos occidentales sobre Singapur. Ahora bien,
el que se califique a algo como estereotipo no significa que sea falso; después
de todo, se ha demostrado que los estereotipos son estrategias cognitivas para
la formación de explicaciones colectivas (McGarty, Yzerbyt y Spears, 2002).
Como tales, los estereotipos siempre contienen una parte importante de verdad,
además de que son muy persuasivos como premisas de argumentos.
15Imagino que algunos lectores
preferirían el adjetivo neoliberal al más descriptivo (eficientista) que he
elegido. Nada en el razonamiento que presento depende de esta cuestión
terminológica. Simplemente evito el término neoliberal por su carga ideológica
que estorba más de lo que ilumina. Muchos economistas que llenaron la encuesta
en que, como veremos enseguida, se basa Caplan rechazarían la etiqueta de
neoliberales al tiempo que declararían estar a favor del criterio de eficiencia
para decidir medidas económicas.
16La investigación de Caplan se
basa en una encuesta hecha en octubre de 1996 por la Fundación de la Familia
Kaiser en colaboración con la editorial de la Universidad Harvard y el diario
Washington Post. Tal encuesta puede descargarse gratuitamente de internet
tecleando Survey of Americans and Economists on the Economy. Sus resultados
confirman lo que los economistas desde Adam Smith saben: para lograr que los
ciudadanos posean una cultura económica adecuada parece necesario luchar una y
otra vez contra el modo de pensar natural de los seres humanos acerca de los
aspectos económicos de la sociedad en que viven. Para una reseña de la larga
lucha de los economistas en contra de la opinión popular, véase: Coleman
(2002). En México, Daniel Cosío Villegas concibió precisamente la idea de un
Fondo de Cultura Económica cuando se dio cuenta del problema en nuestro país
(véase: Zaid, 1985).
17Esta brecha fue también objeto
de discusión por parte de Max Weber en su alocución en la Asociación de
Política Social, hecha en 1909, con la cual se inició el famoso debate sobre
los juicios de valor y el postulado de neutralidad axiológica en investigación
social. No sabríamos de la existencia de este texto crucial, que si se leyese
rompería muchos prejuicios contra el postulado de Weber, si no fuera por la
sabia decisión de la esposa de Weber, Marianne, de publicarlo póstumamente
(Weber, 1924, pp. 416-423; traducción en:
https://sites.google.com/site/filosofiasinaspavientos/traducciones/weber).
18Aprovecho la oportunidad para
insistir en un punto poco tratado en los manuales de metodología de la
investigación: el hecho de que las hipótesis alternativas que responden a una
pregunta de investigación dada están en competencia por el tiempo y recursos de
los investigadores. En ese sentido, todo proyecto requiere una argumentación
que justifique la hipótesis de trabajo, especialmente si el poner a prueba la
hipótesis resulta, como en este caso, bastante oneroso. Dicho sea de paso, lo
mismo vale para las preguntas de investigación que son anteriores, lógicamente,
al planteamiento de la hipótesis, y vale igualmente para los diseños de prueba,
que son posteriores. Para cada uno de los tres elementos fundamentales de la
investigación tenemos que decir lo mismo: las opciones compiten por la atención
de los investigadores. Para el caso de las preguntas, puede consultarse con
provecho Alon (2009). Para el caso de los diseños de prueba, todos los debates
metodológicos que ha habido, y son muchos, tienen que ver con esta cuestión.
19Hasta aquí el argumento contra
h2. No he creado para él un mapa argumental porque ocuparía demasiado espacio,
pero lo dejo de tarea al lector interesado.
20Se trata de pasiones asociadas a
lo que Pareto (1916) llamaba el residuo de persistencia de los agregados, el
cual consiste en dejar las cosas como están, o en todo caso cambiarlas lo que
sea necesario para lograr el fin de que todo siga igual, como decía el
Gatopardo.
21En rigor, el problema del
elector de Boudon es mucho peor: en la inmensa mayoría de elecciones populares,
la probabilidad de que un voto sea decisivo a la hora de elegir a un candidato
es tan pequeña que podemos descontarla. Este problema, asociado a la llamada
paradoja del votante, no es siquiera mencionado por Boudon, aunque en realidad
abonaría a favor de la posición que adopta aquí, al menos si aceptamos que la
mejor teoría que resuelve la paradoja del votante es la que dice que el motivo
para votar es puramente emocional (Brennan y Lomasky, 1997).
22Sin embargo, pueden pertenecer a
una argumentación razonable, al menos para aquellas teorías de la argumentación
que dan cabida a la argumentación emocional (Gilbert, 1997). Para esas teorías,
aunque no para Boudon, cabría decir que el elector, al ser leal, deferente o
resignado, no por ello sería necesariamente menos razonable, si bien es cierto
que las reglas de lo que es más o menos razonable en la argumentación emocional
no se han teorizado lo suficiente todavía (Gilbert, comunicación personal).
23Debo aquí reconocer que esta no
es idea mía. En su momento le escribí al Profesor Caplan para preguntarle cómo
haría él la investigación, y esto fue precisamente lo que me dijo. Dejo
constancia de esto porque, cuando yo mismo pensé cómo hacerla, lo primero que
se me ocurrió fue muchísimo más complicado y además no iba directamente al
problema que se trataba de resolver. Se me ocurrió, por ejemplo, que habría que
comparar los resultados de elecciones en entidades políticas de distinto tamaño
(geográfica y demográficamente) en diferentes regiones del mundo. A poco que
reflexione el lector, se dará cuenta de que este método, por interesante que
pueda en sí mismo parecer, lo que hace es poner a prueba una hipótesis de
trabajo diferente a H3. Esta falta de congruencia (en este caso mía) entre el
diseño de prueba y las otras dos partes de un proyecto de investigación es un
problema recurrente en metodología. Y la respuesta del Profesor Caplan es
comparable al tipo de correcciones que un buen tutor hace al estudiante de
posgrado que asesora.
24Esta última es probablemente la
pregunta más básica y en cierto modo la más obvia y menos técnica en el sentido
de que, a diferencia de las otras tres, que tienen un aparato analítico
formidable, la formulación de las preguntas sigue siendo un asunto del juicio y
la sensibilidad (Weiss, 1994; Fowler, 1995), si bien el análisis estrictamente
técnico ha hecho grandes progresos en época reciente (Chaudhuri y Christofides,
2013; Saris y Gallhofer, 2014; Tian y Tang, 2014).
25Tampoco en el caso del diseño de
prueba ofrezco un mapa argumental, pero ahora debido a que no he presentado
sino un esqueleto de argumentación para justificarlo.
(*) Profesor-Investigador del
Departamento de Estudios en Educación, Universidad de Guadalajara, México. ferlec@hotmail.com.
FUENTE: Espiral (Guadalaj.) vol.24
no.70 Guadalajara sep./dic. 2017
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